viernes, 28 de diciembre de 2012

Este año que se acaba

Día de los inocentes. Pero también año de los inocentes. Una inocentada tras otra, pero sin niguna gracia. Parece que un destino burlón y cruel quiere llevarnos al límite de nuestra capacidad de resistencia.

Quizá es necesario y saludable que cada cierto periodo de tiempo se planteen crisis que ayuden a hacer limpieza, que nos permitan revisar nuestra escala de valores y recolocar las cosas en su verdadero lugar... quizá ésa sea la única cara positiva del asunto y en ésa hay que poner la esperanza.

Pero a veces la impresión que prevalece es que alguien, sobre todo algunos más que otros, han hecho mucho para contribuir a dar este sablazo a una inmensa mayoría más ingenua, más inocente, más manipulable. Y entonces una profunda y sana indignación es el eco de fondo constante que no se puede dejar de oír, porque se sienten los efectos de una gran estafa, de una tremenda burla que en forma de corrupción y ansia socava los cimientos de lo que teníamos por más sagrado.

Es como si una carcoma moral se hubiera ido encargando de poner una venda en nuestros ojos y oídos y al roerlo nuestro cerebro se hubiera hecho de gelatina y nuestra capacidad de reacción ante el descaro y la desvergüenza se hubiese congelado. Nos hemos quedado pasmados. Y con la extraña sensación de que alguien en algún lugar se ríe a mandíbula batiente y sin parar en reparos sigue beneficiándose de nuestro miedo y estulticia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario